miércoles, 4 de febrero de 2009

.:+:.¿Cómo eran antes los funerales?.:+:.

Una perspectiva del sepelio antiguo en Berriozábal



Seguramente has visto muchas novelas en las que simulan épocas pasadas como la ‘colonial’, y dentro de esa novela ha habido muertos a los que entierran con toda una ceremonia. Pero, ¿alguna vez te has preguntado cómo se realizaban en Berriozábal? Primeramente hay que trasladarnos a esos tiempos en los que el pueblo apenas tenía personas, y cabe aclarar que de esas pocas que había la mayoría era pobre. Te puedes imaginar que los tiempos eran difíciles y especialmente por estas zonas. Así pues, te contaré cómo eran cuando nuestros abuelitos estaban pequeños.

Como la mayoría de las personas eran católicas, procuraban que antes de que el agonizante familiar falleciera, el cura fuera a darle los ‘santos óleos’ debido a que ya no tenía salvación. Con lo que hacían sentir calma al enfermo al verse perdonado de los pecados que hubiera cometido durante su vida; o ayudaba a que los familiares no se sintieran impotentes al no haber perdonado a su familiar. No a todos les realizaban los ‘santos óleos’, especialmente por no tener tiempo, dinero o a falta de dichas creencias.

Cuando expiraba la persona, inmediatamente los familiares (o quienes fueran fuertes y no estuvieran llorando) desvestían a los muertos para darles un pequeño baño ‘chochoneado’ para después ataviarlos con ropas limpias (si tenían, sino pues con la misma ropa), cuando ya estaba cambiado, acomodaban las manos y los pies de forma que –boca arriba– los dedos de la mano se entrelazaran y amarradas las muñecas, las colocaban a la altura del pecho con brazos a los costados. Los pies eran amarrados ya sea si por los tobillos o a media planta, con la principal finalidad de juntarlos porque en ocasiones el fallecido moría con las piernas abiertas, y otra razón era también porque así ahorraban espacio para hacer una caja más pequeña de bajo costo. Este rito se efectuaba rápidamente enseguida de la muerte, ya que si se dejaba pasar más tiempo el cuerpo se entiesaba y pues ya tieso no es posible maniobrarlo. Se mandaba a llamar al carpintero para que llegara a tomar las medidas necesarias para hacer el ataúd de acuerdo al muerto; en cambio si era un bebé o pequeño, la propia familia elaboraba la caja. Antes de que nuestros tatas supieran razonar, las personas tuvieran o no dinero, utilizaban petates o sábanas para envolver a los muertos, y los que no podían los enterraban con solo la ropa que tuvieran.

Cuando el cuerpo ya estaba listo, se acomodaba sobre su cama y lo colocaban frente al altar de los santos, ponían sus ropas al derredor, unas como almohada y el resto debajo del cuerpo; así también para los pequeños cuerpos, solo que estos los colocaban sobre una mesa al no ocupar tanto espacio. De entre la familia, tejían dos hojas de palma de forma que hiciesen una cruz y la dejaban en las manos haciendo aparentar al muerto que la sostenía. Ubicaban una vela a la altura de la cabeza, una a cada lado, y otra a los pies haciendo una cruz. Tejían el misterio, que era un cordón blanco hecho de un hilo largo, torneado de tal forma que fuera grueso y terminara del largo suficiente para que lo enrollasen en la cintura del difunto, terminado en un lazo.

Como para entonces mínimo los vecinos o los familiares más cercanos ya se habían enterado, poco a poco iban llegando a la casa en luto para dar el más sentido pésame o sinceras condolencias. La familia del fallecido se preparaba para recibir a los visitantes con café, chocolate u otra bebida caliente acompañada con galletas de animalito u ovaladas, porque el pan era caro; además estaba también el trago. Y como no se preparaba comida en especial, se ofrecía lo que hubiera. Se tenía la costumbre aquí de que la persona que fuera llegando tenía que ver al finado que estaba expuesto al descubierto y permanecer un rato en el recinto donde se encontraba el muerto, para después salir a ayudar o regresar a su casa –las flores recibidas se dejaban cerca del cadáver–. La misma habitación constantemente estaba inundada del humo procedente del sahumerio que era alimentado mientras había visitante y si la familia seguía despierta.

Si el fallecido expiró por la mañana al siguiente día era enterrado, si fallecía en la madrugada por la tarde efectuaban el sepelio, y si fue por la noche moría al otro día en la tarde se hacía el entierro. En cambio si había familiares que querían verlo y se encontraban muy lejos, se concedía por medio de las autoridades la utilización de formol para conservar el cadáver al menos hasta que el resto de la familia lo viera. Durante los días de vela –y mientras hubiera alguien despierto– se sahumaba continuamente el lugar donde se encontraba el cuerpo.

Al parecer con tantos preparativos, más que funeral parecía una celebración de algún festejado, a excepción de que esta fiesta era semisilenciosa. Durante el tiempo que se tenía al difunto (y aun si él) era de esperarse que los hombres tomaran de tal manera que el efecto del licor daba resultado y empezaban a recordar los buenos momentos que pasaron con el muerto echándose a chillar, lamentándose o dando ayes por lo que no le pudieron decir, recordando lo buena gente, bonita –en el aso de mujer-, o lo joven que era. Talvez dentro de todo el embrollo de que si lloraban, reían, se entristecían o se alegraban; se encontraba el verdadero sentimiento. Un sentimiento revuelto pero directo, que pegaba de un modo que incitaba a ocultarlo ante la presencia de los demás y este sentimiento era aun mayor por parte de la familia para aparentar fortaleza. Así como hasta hoy es difícil afrontar el hecho de haber perdido a un ser querido, pensar que se pudo haberle dicho todo lo que al momento menos indicado venimos a pensar, y saber que hay poco tiempo antes de dejarle de ver definitivamente:

Lamentablemente ya es tarde y no se puede remediar.

Después de tanto llorar

No se si aun quedaban lágrimas para derramar.

Pues llegaba el momento más difícil y emotivo

Complicado de explicar.

El camino a la despedida.

Donde transcurren todos los pensamientos

Llenos de palabras que no puedes pronunciar.

Donde se planea un discurso,

Un discurso que queda impregnado en el corazón.

Un discurso preparado para muchos,

Un discurso que al final

Solamente es para ti.

Hasta el frente iba el ataúd

Al cual amarraban un palo a cada extremo,

Para que cuatro hombres ayudaran a transportarlo.

Al lado o atracito venía alguien sahumando;

Mientras los hombres avanzaban de forma serena,

Tras ellos seguían los familiares y por último

Los conocidos, amigos, vecinos

E inclusive nuevos integrantes.

Algunos con sus flores,

Flores del campo o del jardín.

Entre calles de polvo

Y ropas con hollín.

Así iba la caravana

Con su paso atortugado.

Como en aquellos tiempos no era tan grande el pueblo como ahora; pronto la caravana salía del camino carretero y se encontraba con su única compañía. El cementerio se sentía más apartado, no como ahora que ya casi es absorbido por las casas.

Así pues, la caravana se dirigía allá…

Allá donde los que duermen, reposan por la eternidad.

El transcurso de la caminada era un tanto pesado para los que cargaban el ataúd y por eso iban otros hombres para turnarse en cuanto se cansaban los primeros.

Mientras el humo del sahumerio continuaba emergiendo.

Para dar olor al ambiente,

Para aliviar el dolor con el embriago de su aroma.

El camposanto tenía pocas tumbas, por lo que se veía más desolado y transmitía mayor melancolía. El recorrido del camino hacia su interior era como hasta hoy de terracería. Solo que no estaba en el lugar que hoy posee. Al llegar al lugar destinado para la sepultura, ya la fosa estaba lista –antes no se hacían cisternas como algunos lo hacen ahora–. Sahumaban su interior y luego hacían descender cariñosamente al féretro con cuerdas, hasta que hiciera contacto con la tierra; y colocaban el resto de las prendas que más le gustaban en derredor de la caja. Hubo un tiempo en que también depositaban alhajas, pero debido a que saqueaban las tumbas se dejó de hacer. Encima del ataúd ponían tres o cuatro palos transversalmente, sobre ellos tejían varillas, enseguida se echaban hojas verdes para evitar que la tierra entrara en contacto directo con el féretro. Cuando la tierra había sido depositada se maseaba para apelmazarla, se ponían las flores sobre ese lugar y otro poco en dos recipientes enterrados que fungían como floreros, a los lados de una cruz incrustada en la cabecera de la tuba. Algunos rendían un culto o rezaban, y cantaban. Después de eso la mayoría volvían a la casa del difunto a seguir acompañando a los dolientes. Al otro día los familiares iban a la tuba para hacerle una enramada y darle retoques. Durante tres días después del entierro, se realizaba un rezo cada tarde, y el último día se llevaba las flores que se acumularon durante los tres días. Se colocaba una vela en memoria del fallecido en el altar, mientras otra, durante cuarenta días continuaba alumbrando en el lugar donde expiró la persona. Después de los cuarenta días volvían los rezos que se ejecutaban por nueve días, aunque para ese entonces sí ya parecía más fiesta, por lo que ya estaba lista la familia para recibir a la gente con tamal de bola, café y brebaje de caña. Todas las personas lucían vestiduras negras en esta temporada de luto –las mujeres conservaban por más tiempo este sentimiento que lo hombres–, y mientras podía la familia, mantenían una vela en recuerdo de su ser querido. Hasta volverse reminiscencia con el paso de los años, a pesar de que anualmente en Todosanto se pensaba en él.

Comentario personal: es de admirar imaginarse a uno mismo estar frente a un occiso hoy en nuestros días, pero se puede considerar una forma cultural que se puede volver a retomar, aunque claro, con los debidos cuidados. Espero haberles hecho ver cómo se llevaba a cabo antes un entierro en Berriozábal, y pues ustedes ya saben cómo se realizan atualmente, lo cual contaré luego, solo que esta ocasión no es el tema a tratar.

Agradecimientos a mi mamá Luz y a mi abuelito, por haberme contado cómo se efectuaban los sepelios para así poderlos yo plasmar.

Autoría

Redactado y editado por Édil Jessiel