martes, 17 de junio de 2008

Antecedentes históricos

La historia de Berriozábal puede reconstruirse mediante los datos que constan en el título y escrituras de la antigua hacienda don Rodrigo. En 1596 los fundadores de esta hacienda fueron los hermanos Tomás y Rodrigo Ponce de León, indios principales del pueblo de Chiapa, del cual era gobernador y cacique el primero de ellos; en esa época abundaban los terratenientes que explotaban grandes extensiones de tierras sin tener justo título, cosa que obligó al Rey de España a expedir la cédula de fecha 10 de noviembre de 1591, en la que fijaba un plazo a los dueños de estancias, chacras y caballería para entrar en composición regulada, ordenando a las autoridades restituyeran a la corona todas aquellas tierras que no llenaran los requisitos fijados en la cédula; acatando esta real disposición con el Rey, el 18 de noviembre de 1598, solicitando a la vez una vista de ojos a los dos sitios que tenían propiedad, llamados San Sebastián y Santa Inés (originalmente Santa Catalina, que los nativos de la región denominaban ‘Cuiximalguillo’; es decir, ‘Lugar donde enciende el ocote’ en lengua Náhuatl) para medirlos y amojonarlos. Habiendo resuelto de conformidad las autoridades, se constituyeron en el lugar el 25 del mismo año. Los hermanos de León, don Juan Barba de Coronado, juez de comisión por su majestad para venta de tierras de la Provincia de Chiapas; Manuel Díaz Dacosta, escribano; Gaspar de Solórzano, medidor por su majestad; los testigos Juan Rodríguez (español), Juan Vázquez y Juan de la Torre (indios de Ocozocoautla), terminada la medida de la estancia, el juez Barba de Coronado aceptó la composición en 60 tostones de plata de a cuatro reales que pagaron al Rey.

A principios de 1600 don Rodrigo Ponce de León apareció como único dueño, sin que se pueda precisar si le compró a su hermano la parte que le correspondía o la obtuvo por herencia, la estancia se denominó desde entonces San Sebastián, y años después don Rodrigo, de donde siglos más tarde se formó el pueblo de Berriozábal.

Habiendo fallecido don Rodrigo, su esposa doña Inés de Gonzáles, india principal de Chiapas, a nombre propio y de sus hijos solicitó autorización para vender la estancia a Francisco Muñoz de Loaiza en la cantidad de 750 tostones, cosa que le fue concedida, firmándose la escritura el 5 de septiembre de 1624; el 18 de junio de 1630 Juan Muñoz de Loaiza, vecino del pueblo de Chiapa, vendió los sitios de San Sebastián y Santa Inés a don Diego de Alegría, juez oficial real de la Provincia, en la cantidad de 750 pesos de a ocho reales cada uno, pasaron después estas tierras a la propiedad del alférez José de Velasco Ochoa, quien con fecha 10 de febrero de 1679 y siendo vecino de Ciudad Real, las vendió al capitán Juan Pérez de Castañeda en la suma de 1 701 pesos de a ocho reales, contándose como llenos: 361 yeguas con sus padres, dos burros, 24 vaquillas, 30 caballos mansos y 13 mulas.

Diez años después, muerto el capitán Pérez de Castañeda su viuda doña Andrea Enríquez de Herrera, vecina también de Ciudad Real, vendió la hacienda al capitán Francisco Carlos de Ibarra en 2 085 pesos de a ocho reales, incluyendo 550 reses, 30 caballos mansos y 30 potros de dos años, estipulándose que el precio de cada res era de 22 reales, cinco pesos cada caballo y dos el de los potros; a partir de este año de 1689 la estancia de San Sebastián principia a llamarse Don Rodrigo, en los documentos oficiales, y en memoria de su primitivo dueño y fundador, nombre que se conservó por más de dos siglos, pero el capitán Ibarra no era el legítimo dueño de la hacienda, pues la adquirió por encargo y fondos del bachiller Marcos Román Sigler de Meneses, cura beneficiado por el patronato del partido de Huehuetán, por lo que éste capitán tuvo que otorgarle nueva escritura el 28 de noviembre de 1690; muerto este sacerdote las tierras pasaron por herencia a su hermano, bachiller también, don Juan Rodríguez Sigler de Meneses, clérigo comisionado del Santo Oficio en la Provincia de Soconusco, después de cinco años de poseerla, el 20 de mayo de 1695 la vendió al Alférez don Tomás Rodríguez, fijándose los linderos siguientes: por el oriente con el pueblo de Tuxtla; por poniente con el de Ocozocoautla; por el norte con el de Chicoasén, y al sur con el camino real de Suchiapa; figuran como llenos en las escrituras: un altar en la casa principal con cinco santos y un crucifijo, dos mesas, cinco sillas de baqueta, 390 reses, 65 caballos mansos, seis potros, 62 yeguas, dos machos de años, una milpa, una romana con su pilón, una barreta, tres rejas, cuatro coas, un azadón, seis machetes, dos fogones, cuatro yuntas de bueyes, 20 vacas rejegas, todo en $2 548.00 y dos reales. El alférez don Tomás Rodríguez mejoró grandemente su hacienda, aumentando los ganados y sementeras, y ensanchando el poblado, así como construyendo la primera ermita, previa licencia del obispo de Chiapas, Fray Francisco Núñez de la Vega.

En 1717 el alférez don Tomás Rodríguez falleció intestado dejando un hijo llamado José, quien había desaparecido de Chiapas algunos años antes de la muerte de su padre. Como se ignoraba su paradero la hacienda entró en decadencia. La hermana del alférez, doña María de Sab, vecina de Ciudad Real, al saber positivamente que su sobrino José Rodríguez había muerto en la Provincia de El Salvador, se presentó ante el doctor don Felipe de Lugo, del Consejo de su Majestad, su oidor y alcalde de corte de la Real Audiencia de Guatemala, de justicia mayor, teniente de gobernador y capitán general de la Provincia, examinando los documentos que exhibió y visto que era de justicia lo que reclamaba, las autoridades judiciales la pusieron en posesión de las tierras en el año de 1720.

Solo ocho años poseyó esta hacienda doña María, pues el 9 de noviembre de 1728 la vendió al alférez don Antonio de Espinosa, juez de agravios y vecino de Tuxtla, en la cantidad de $3 015.17 reales, suma que se comprometió a pagar en la siguiente forma: $700.00 a favor del convento de monjas de Ciudad Real; $500.00 a una capellanía en la que los sacristanes mayores de la catedral de la misma ciudad rezaban por Francisco de Acuña; $300.00 a otra capellanía de Bartolomé Baldisón Garambino que rezaba por el licenciado don José Macal de Meneses; $200.00 a favor de la cofradía de Las Ánimas fundada en Tuxtla por mandato de don Tomás Rodríguez; el resto de $1 315.70 reales se los entregó a doña María de Sab en reales de a ocho en el acto de firmar la escritura.

La hacienda fue pasando por herencia a los familiares del alférez don Antonio y así el 21 de enero de 1794 se presentaron ante las autoridades los albaceas de don Juan de Dios de Espinosa, sus hijos don Manuel,don Marcos y don Leocadio, pidiendo que se citaran a todos los coherederos para dar cuenta y razón de los inventarios y avalúos de los bienes. Pidiendo también su consentimiento para vender la hacienda; como todos los herederos estuvieron de acuerdo, la operación se consumó con el español don Miguel Antonio Gutiérrez, vecino de Tuxtla, casado con doña Rita Quintería Canales; el precio pagado por la finca fue de $6 217.30 reales, que don Miguel Antonio pagó en esta forma: $3 117.30 reales, más $500.00 que espontáneamente agregó a los albaceas; $1 700.00 al convento de monjas de Ciudad Real; $300.00 a favor del cura de Huehuetán; $600.00 que en otro tiempo pertenecían a la mitra y después recayeron en el padre Francisco Tejada, y $500.00 a favor del sacristán mayor de la catedral de Ciudad Real.

En 38 años que don Miguel Antonio Gutiérrez explotó la hacienda la mejoró incomparablemente, los ganados se multiplicaron, el cultivo de la caña de azúcar fue hecho en gran escala, constituyó sólida casa e introdujo los primeros trapiches. En 1832 falleció don Miguel dejando como herederos a sus hijos José Eusebio, Joaquín Miguel, María Vicente, Manuela Juliana, Manuel María y Ramón; en una de las cláusulas de su testamento ordenó que los llenos de la hacienda fueran repartidos equitativamente entre ellos pero no así las tierras, sino que deberían persistir intactas aprovechándose de sus campos todos en mancomún; hasta 1858 las cosas estuvieron en tal estado, pero a partir de entonces exigieron los hermanos al albacea que era don José Eusebio, que rindiera cuentas y que hiciera la repartición de las tierras. Fue así como de aquella hacienda salieron diferentes fincas menores y posesiones de varios propietarios, que existen hasta hoy.

El casco de la hacienda vino a convertirse en tierra de nadie, pues todos tenían derecho a poblar allí y hasta a vender lotes, por lo que se convirtió en un centro de población que hubo necesidad de elevarlo a la categoría de agencia municipal de Tuxtla. Como esta congregación de familias adquiría importancia año con año, por decreto del 27 de mayo, publicado el 30 del mismo mes de 1898 el gobernador del estado coronel don Francisco León le dio categoría de pueblo con el nombre de Berriozábal; a pesar de ese decreto, el nuevo pueblo no disponía de tierras y su jurisdicción quedó circunscrita al fundo debido a la resistencia que oponían los terratenientes colindantes hasta que en 1908 el gobernador don Ramón Rabasa solucionó el problema aprovechando la fracción de tierras que el gobierno federal le concedió, fiando así su nueva jurisdicción. Durante el gobierno del Ing. Efraín A. Gutiérrez, Berriozábal progresó rápidamente debido a que era su tierra natal, se le dotó de planta hidroeléctrica, palacio municipal, mercado, escuela primaria con edificio propio, parque y reloj público, rastro, agua potable y hasta se pavimentó una calle.

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